martes, 29 de noviembre de 2011

NAVIDAD

El próximo miércoles 30 de noviembre y hasta Navidad, podemos dedicarlos a confeccionar adornos para el arbol y regalitos hechos a ganchillo. Todas las que os animeis, podeis traer hilos de colores del nº. 5 (no olvideis el blanco y el rojo, quedan geniales en el arbol) y ganchillos adecuados.
¡¡Hasta el miércoles!!!

Elena.






 




jueves, 24 de noviembre de 2011

MIERCOLES????.... A TEJER LECTURAS

Ayer miércoles como todos los miércoles a las 16:30, volvimos a reunirnos en la Biblioteca con nuestras lecturas en voz alta y nuestras labores, como siempre comenzamos la tarde leyendo, esta vez  a tres voces, un cuento de Roger Wolfe, titulado Oro. Seguimos con varias poesías y relatos cortos que pongo en el post de más abajo por si queréis volver a leerlos.

Quería dar la bienvenida a todas las nuevas asistentes, que son muchas y que ¡¡¡ya hacen todas ganchillo!!!! y muy bien, por cierto.

Para las personas que no habían tejido nunca esta labor, comenzamos aprendiendo los puntos básicos, pero en la segunda tarde de reunión, como son todas muy aplicadas, ya empezamos labores:

María, Conchi, Sole y Esther-2, se lanzaron con pañoletas de punto de loca y vaya sorpresa que a la semana siguiente de empezarlas algunas ya vinieron con ellas al cuello, les han quedado preciosas, con esos colores tan bonitos y con los flecos terminados con flores. Felicidades.

Otras más atrevidas, están tejiendo bolsos de lana (modelo Angelina Jolie) que encontramos en internet, hemos tenido que hacer algún retoque ya que el patrón era demasiado grande, pero Pilar ya lo ha terminado, además con un toque particular que le ha quedado muy bien, Angelines, Encarna y Merche están en ello, proyecto también de bolso de Juanita y Ester-2, esta semana tenemos nuevos modelos y Sole ha empezado uno de diseño propio que le está quedando genial.

Ester-1 está terminando un costurero muy original, Juanita ha comenzado un pañito para la mesa de sus hijos, Mª. Pilar hace una pañoleta de punto de cadeneta para el traje de fragatina, Ana y Asun siguen con sus cuadros para… un chal, o una falda, o un chaleco o tal vez un vestido????, veremos a ver….., Marga practica el punto tunecino, Teresa hace una bolsa para las baguettes de pan, Pili S. un chal para las noches frescas del próximo verano, lo mismo que María que lo ha bautizado como el “Chal de Salou”.

Bueno, hablar de las labores y no verlas…. Marina que esta vez vino con su cámara colgada al cuello y una bonita falda de flores de ganchillo va a dejar constancia de todo esto que he contado.

Nos vemos el próximo miércoles para leer y “ganchillear” un rato…. Que paséis buena semana.

Elena

LECTURAS

Aquí teneis una muestra de alguna de las lecturas, poco a poco iré colgandolas todas.


Toda una vida. Beatriz Pérez-Moreno
Lo vio pasar en un vagón de metro y supo que era
el hombre de su vida. Imaginó hablar, cenar, ir al cine, yacer, vivir con él. Dejó de interesarle.



Oro. Roger Wolfe
  LA mujer de Paco había ido a ver a una echadora de cartas y la  echadora se había puesto a trabajar con la baraja, con Paco en  mente, y habían salido oros por todas partes: buenas noticias,   trabajo, dinero, la hostia en verso, de camino hacia él. En cualquier caso, eso era lo que había dicho la echadora de cartas.
    Las perspectivas de Mariví, su mujer, no eran tan buenas.
 La echadora le dijo que encontraría trabajo, pero que lo suyo  iba a tardar un poco más.
    Paco y su mujer estaban ya en la cama, charlando un rato  antes de apagar la luz, cuando Mariví se lo contó.
   —Fui a ver a una mujer que echa las cartas.
   —¿Ah, sí? ¿Dónde?
   —En San Vicente.
   —¿Una gitana?
   —No. Una mujer rubia, gorda, de unos 150 kilos, que fuma  como una carretera. Se llama Rosa.
   —Una rosa de peso, ¿eh?
   —A ti te salieron oros por todas partes. Te echó las cartas y  salieron oros desde el principio hasta el final.
   —No me digas. Y supongo que eso es bueno, ¿no?
   —Muy bueno. Rosa me dijo que se te iban a presentar impresionantes oportunidades de progreso personal y profesional. Esas fueron sus palabras: «Impresionantes oportunidades de progreso personal y profesional». También me dijo que yo conseguiría trabajo, pero que tardaría un poco más.
  —Parece que hasta tiene vocabulario. ¿Se gana la vida echando cartas?
  —Bueno, no. En realidad es psicóloga.
  —¿Psicóloga? No creía que los psicólogos se dedicaran a ese tipo de rollos.
  —No son rollos. Rosa tiene una sensibilidad muy especial. Ya de cría, teníaexperiencias extrañas.
-¿La conocías, de cría?
-Sí. Vivía en el mismo barrio que yo. Me acuerdo que un
día volvió corriendo a casa diciendo que una niña, que era
amiga nuestra, se iba a morir. Decía que lo había «visto» ocurrir.
—¿Lo había soñado?
—No me acuerdo exactamente. Llegó a casa llorando como una Magdalena,  
   y le dijo a su madre que la niña se iba a morir.
Se llamaba Liliana, la niña, pero todos la llamábamos Lili. Le dijeron que se dejara de tonterías y la mandaron a la cama, y el caso es que no te lo vas a creer, pero...
—Lili se murió.                                      _
—Pues sí. Se murió. Le entró una leucemia unos meses después y se murió.
—La hostia. ¿Es verdad eso?
—Sí. Se murió.
—¿Y qué dijeron los padres? Los padres de Rosa, quiero decir.
—No se lo podían creer. Y ninguno de los otros niños quería ya saber nada de Rosa. La marginaron y empezaron a llamarla bruja. Entonces fue cuando empezó a engordar. Los crios del barrio la llamaban bruja, y gorda, y le tiraban palos y piedras, y empezaron a amenazarla con que iban a hacer una hoguera ya quemarla viva si se les volvía a acercar.
—¿Y tú? ¿Tú también?
—Bueno, no. Yo es que hasta entonces había sido su mejor amiga. Y no me gustaba nada lo que le estaban haciendo, pero al mismo tiempo estaba muerta de miedo. Tenía miedo de defenderla y de que los otros se volvieran contra mí, y miedo de hablar con ella, pero también le tenía miedo a ella.
Ya sabes en qué terribles situaciones-nos metemos de pequeños.
—Ya, ya lo sé. La infancia es una época espantosa, con todo lo que digan. Hasta para las videntes, supongo, O quizá especialmente para las videntes.
Paco giró la cabeza sonriendo, pero su mujer estaba muy lejos de allí. Tenía los ojos ausentes, perdidos en algún lejano laberinto de la infancia.
—¿Y al final qué pasó?
—¿Qué?
—Que qué pasó, al final.
—Bueno, al final la familia de Rosa se mudó. Se mudaron a San Vicente y no volví a ver a Rosa hasta muchos años después, en la universidad. Ella estudiaba psicología y yo estudiaba económicas, pero coincidíamos muchas veces, en el autobús, y por ahí. Y luego volvieron a pasar años y no la volví a ver hasta el otro día, que me encontré con una conocida en San Vicente y fuimos a verla. La chica esta, la que me encontré, también va a verla mucho, al parecer.
—Bueno, menos mal que salieron oros cuando me echó las
cartas. Con los antecedentes que tiene Rosa, como para que
ponga mala cara cuando te las eche. ¿Dónde trabaja? Como
psicóloga, digo. ¿Tiene su propia consulta?
—No se le ocurriría decírtelo si salen cosas malas. Por ejemplo, no se le pasaría ni por la cabeza decirte que te vas a morir.
No puede hacer eso. No estaría bien. Y además, ¿quién iría a visitarla? Rosa no trabaja de psicóloga. Está de cocinera en un restaurante, los fines de semana. Pero su marido tiene un puesto fijo en una empresa. De compra y venta de automóviles o algo así.
—Un vendedor de coches usados y una psicóloga vidente que trabaja de cocinera. Suena a extraña pareja.
—Pues a lo mejor a ellos les parecemos extraños tú y yo.
—¿Qué tienen de extraño un músico fracasado y una licenciada en paro? Los hay hasta debajo de las piedras.
Mariví torció la boca con un gesto de contrariedad.
—Pero ¿es que tienes que estar siempre recordándomelo?
Paco cometió el error de intentar sacarle un poco más de kilo-metraje al chiste fácil.
—¿El qué? ¿Que yo soy un músico fracasado, o que tú no tienes trabajo?
—No me vengas encima con cachondeos, que sabes muy
bien lo que quiero decir. Aprovechas cada oportunidad que se te presenta para volver a la carga con lo mismo. Que si no tengo trabajo, que si esto, que si lo otro, que si lo demás allá.
—Yo no...
—Ya sé que no tengo trabajo. Y bastante desgracia tengo
para que encima me lo estés machacando sin parar.
—No era...
—Y ya no se trata del dinero, de la famosa «cuestión alimenticia», como la llamas tú —Mariví dobló hacia arriba la cabeza cuando dijo eso, vocalizando con un énfasis que le dio de pronto un aire de estar haciendo gárgaras—..sino de que necesito trabajo, al margen de cualquier otra cosa.
—Yo soy el primero...
—Sí, bueno, claro... Déjalo, anda. Déjalo. Vamos a dejarlo porque siempre estamos con lo mismo.
—Mira, tienes toda la razón.
—Y ahora lo arreglas diciéndome, como siempre, que tengo toda la razón. Como a los locos, ¿no?
Paco se lo había dicho completamente en serio, pero la discusión parecía haber llegado al callejón sin salida habitual.
—Bueno, mira —le dijo a su mujer, sin saber muy bien si seguía hablando en serio o pretendía arreglar la situación con un nuevo ensayo de ironía—, con todo ese oro de Rosa igual acaba habiendo de sobra para los dos...
—Sí, ya..., estamos tú y yo guapos. Y además no se trata de
que haya o deje de haber, que también, sino sobre todo de que yo necesito un trabajo. Necesito trabajar. Y trabajar en lo mío, que para eso se supone que estudié. ¿O no?
—Ya lo sé...
El tono compungido de Paco, que ahora era tan genuino como su sinceridad cuando le había dado la razón a su mujer, no le sirvió de mucho. Mariví se dio la vuelta, hundió la cabeza en la almohada, se tapó hasta arriba y apagó la luz.
Paco se quedó sentado en la oscuridad durante un buenrato.
Le apetecía un cigarrillo, pero le daba pereza tener que le-vantarse y meterse en la salita a fumarse uno.
Se echó en la cama y se acurrucó junto al cuerpo aún rígidode enfado pero ya caliente de su mujer, y de pronto recordó que poco antes de acostarse había estado pensando en preguntarle a Mariví si quería echar un polvo.
Ah, bueno, pensó, mientras se hundía ya en el sueño, a lo mejor por la mañana se puede intentar.
Al fin y al cabo no había mejor manera de estrenar el día que con un casquete de los buenos. Un polvazo de esos fulgurantes que no te dejaban tiempo ni para hablar.______________________________________________________________--


    Mujeres de ojos grandes.
       Ángeles Mastreta

Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos esos cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto a ver en Puebla mujer más enamorada ni más solicitada que la siempre radiante tía Valeria.
Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantes que hasta en el modo de escoger las verduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.
Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, como quien termina de cumplir con un deber fascinante.
Alguna de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decían que lo adoraba aun cuando estaban más solas, cuando  conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.
Su marido era un hombre común y corriente, con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata certidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y sus ausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos.

Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada que se desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.
-¿Cómo le haces?- le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasión desenfrenada que los grandes hombres gastan en una sola tarea. Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomar clase de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorase con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.
-¿Cómo le hago para qué?- preguntó la apacible tía Valeria.
- Para no aburrirte nunca- dijo la prima Gertrudis, mientras ensartaba la aguja y emprendía el bordado de uno de los trescientos manteles de punto de cruz que les heredó a sus hijas-. A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias.
La tía Valeria se rió. Dicen que tenía una risa clara y desafiante con la que se ganaba muchas envidias.
-         Tengo uno cada noche- contestó, tras la risa.
-         Como si hubiera de dónde sacarlos- dijo la prima Gertrudis, siguiendo hipnotizada el ir y venir de su aguja.
-         Hay- contestó la tía Valeria cruzando las suaves manos sobre su regazo.
-         ¿En esta ciudad de cuatro gatos más vistos y apropiados?-dijo la prima Gertrudis haciendo un nudo.
-          En mi pura cabeza- afirmó la otra, echándola hacia atrás en ese gesto tan suyo que hasta entonces la prima descubrió como algo más que un hábito raro.
-         Nada más cierras los ojos- dijo, sin abrirlos- y haces de tu marido lo que más te apetezca: Pedro Armendáriz o Humphrey Bogart, Manolete o el gobernador, el marido de tu mejor amiga o el mejor amigo de tu marido, el marchante que vende las calabacitas o el millonario protector de un asilo de ancianos. A quién tú quieras, para quererlo de distinto modo. Y no te aburres nunca. El único riego es que la final se te noten las nubes en la cara. Pero eso es fácil evitarlo, porque las espantas con las manos y vuelves a besar a tu marido que segura te quiere como si fueras Nipón Sevilla o Greta Garbo, María Victoria o la adolescente que florece en la casa de junto. Besas a tu marido y te levantas al mercado o a dejar a los niños en el colegio. Besas a tu marido, te acurrucas contra su cuerpo en las noches de peligro, y de dejas soñar…
Dicen que así hizo siempre la tía Valeria y que por eso vivió a gusto muchos años. Lo cierto es que murió mientras dormía con la cabeza echada hacia atrás y un autógrafo e Agustín Lara debajo de la almohada.


Luís Alberto de Cuenca (Madrid1950-)

El desayuno

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno”


    Nos ocupamos del mar. Javier Krahe


Igual que en televisión interrumpen la emisión
para anunciar un brebaje o un masaje,
interrumpo mi canción y coloco aquí un mensaje.
Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis ojos en su costado.
No habrá parecido mal ya que no fue comercial
y es cosa que se agradece me parece,
en este mundo infernal
lo quien no compra perece.
También cuidamos la tierra
y también con el trabajo dividido
yo troncos, frutos y flores
ella riega lo escondido
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis manos en su costado.