viernes, 23 de diciembre de 2011

¡FELICES FIESTAS!

Aquí teneís una felicitación de Navidad hecha con nuestras flores navideñas. A Iris se le ocurrió escanearlas y hacer una postal, y la han escogido para felicitar las fiestas desde la Escuela de Arte Municipal de Lleida. ¡Para que veamos cuantos usos tiene el ganchillo! Con ella os deseamos a todas que paseís unas Felices Fiestas, y que tengamos un buen año a pesar de las crisis varias!

DECORACION NAVIDEÑA CON GANCHILLO Y FRIVOLITÉ


Aquí teneís el estupendo árbol de Navidad decorado entre todas!





viernes, 2 de diciembre de 2011

RETO CONSEGUIDO.

 
Tal y como se propuso la semana pasada, hemos conseguido entre todas, confeccionar a ganchillo un montón de estrellitas, cristales de nieve, flores, etc. para el árbol de navidad de nuestra biblioteca, en cuanto esté instalado tendremos que fotografiarlo para el recuerdo.

Fue muy sencillo, cada una hizo un adorno, Jomari que vino con su niña realizó un arbolito de navidad que está terminando Ester. Las más lanzadas Maribel y Pilar que hicieron dos estrellas, en rojo y verde, Teresa se animó y… otra, Asun con un hilo dorado que tiene, fue la encargada de hacer una flor grandísima para coronar el árbol, Ana y yo misma, hicimos cristales de nieve en blanco “como la nieve misma”…. Seguro que el próximo miércoles tenemos más.

Marga que no pudo venir, nos encargó que leyésemos algo divertido, bueno, pues  que mejor después de haber ido algunas a la obra de teatro que se represento el pasado sábado en Mequinenza, basada en el cuento “Debate de urgencia” de Jesús Moncada, que leer dicho cuento… Lo hicimos a dos voces Ana y yo, y es tan divertido que en algún momento no podíamos seguir de la risa. Es un poco largo, pero tengo que ponerlo para que lo disfrute quien quiera, está más abajo.

Ya sé que algunas estaréis de puente, pero las que no, ya sabéis el día 7 a las 16:30 en la biblio, la novedad para esta próxima semana serán los “amiguris”, es una técnica japonesa para hacer muñequitos de ganchillo, son muy bonitos y fáciles de hacer. Tambien podria ser un bonito detalle para la Navidad.

Ahí va el cuento, que paséis buena semana “ganchilleando”

Elena

Debate de urgencia de Jesús Moncada

  -     Chicos, tengo malas noticias. Os tengo que decir que nuestra situación no puede ser más crítica; estamos en peligro –dijo la imagen del santo Llibori, situada al lado izquierdo del altar mayor, bajo dos querubines pintados al óleo, de un rosa empalagoso, que sostenían con gracia discutible una guirnalda de jazmines y dalias.

     Las palabras inquietantes resonaron por las naves de la iglesia vacía, iluminada por los cirios de llama amarillenta y temblorosa que ardían en los altares. Aquel mundo tenebroso que olía a cera, a cerrado y a perfume de incienso fue sacudido por el anuncio aterrador del santo Llibori; santos y santas, angelitos y beatos, absortos habitualmente en sueños de madera y yeso, salieron del éxtasis; exclamaciones de sorpresa y de alarma, preguntas angustiosas saltaron de capilla en capilla, entre un hacinamiento de esculturas, retablos ennegrecidos, molduras doradas, columnitas salomónicas, candelabros de latón y jarrones con flores marchitas. Incluso en el tríptico anónimo del lado del púlpito, la casta desnudez del pecho de una mártir a punto de ser devorada por los leones se agitó con un movimiento incipiente y sugestivo, cosa que obligó al santo Hilari, un poco a disgusto, a desviar la mirada hacia un relieve de mármol, donde unos cuantos serafines, inofensivos y sedantes, tocaban arpas, flautas y liras.
     Sólo el santo Cassià, una talla de madera metida en un nicho, continuó impasible, con la mirada perdida en quién sabe qué visiones beatíficas, en medio de la alarma general.
-          ¡Cassià! –gritó  el santo Llibori.
     El otro continuó embobado.
-          ¡¡Cassià!!
-          ¿Qué pasa? –preguntó al fin con una vocecita desentonada.
-          ¡Que digo que la situación no puede ser más crítica!
-          ¿Qué me quieren ofrecer una misa?
-          ¡No hombre! Que digo...
-          Déjalo correr, Llibori. No conseguirás nada –intervino la imagen del santo Pasqual, viendo que el otro perdía la paciencia-, No se entera de nada. Parece ser que el gorgojo que tenía en la oreja derecha ahora le ha pasado a la izquierda y le está royendo la campanilla. De aquí a cuatro días estará más sordo que una tapia.
-          ¿Qué has dicho que tiene en la oreja, Pascual? –preguntó la santa Casilda, un poco asustada.
-          Un gorgojo.
-          ¿Y qué es eso?
-          Una carcoma.
-          ¿Una carcoma? ¡Ay, señor! ¡Me han dicho que estos bichos son de lo más contagioso y yo no estoy vacunada! ¿Creéis que nos lo contagiará y provocará una epidemia? Le tendríamos que poner en cuarentena.
-          No seas tonta, Casilda –replicó el santo Pasqual-. De carcomas, sólo podemos sufrir las imágenes de madera, y tú eres de yeso.
-          ¡Ya estamos! ¡Ya ha salido lo de las clases sociales! ¿Me quieres explicar que culpa tengo yo si la parroquia que me encargó era pobre y a aquella gente a duras penas les daba para yeso? ¿Eh? ¿O es que por eso soy menos imagen que las otras?
-          Mujer, no te lo tomes a mal –dijo el otro, conciliador-. Yo no te quería ofender.
-          Sí, sí... Lo que pasa es que si una no saca las uñas, enseguida se te suben encima. Y ya estoy harta de discriminaciones y favoritismos. ¿Sabes por qué no estoy en la catedral de Lérida? Pues, porque cuando solicité una plaza que había vacante, las imágenes románicas protestaron. Se tenían a menos de estar junto a mí y no pararon hasta que consiguieron que me denegasen la solicitud y, para colmo, me envían aquí, a un pueblo de descreídos. Y todavía hablan de igualdad. ¡Estamos bien apañados!
-          ¡Venga , hasta ahí podíamos llegar! –cortó el santo Llibori-. Dejaos estar de discusiones, que así no iremos a ninguna parte. Si comenzamos con peleas no acabaremos nunca. Y ahora, a lo que estábamos. Os decía antes que la situación no puede ser más crítica...
-          ¡No sabéis la ilusión que me produce que me ofrezcan una misa! –interrumpió el sordo, a gritos-. ¡Hace tanto tiempo que no me pasaba eso! La devoción había ido disminuyendo en este pueblo. ¡Sobre todo desde que ganaron las elecciones estos que llaman el Frente Popular!
-          Sí, hombre, sí. Te quieren ofrecer una misa. ¡Y con cuatro curas! –gritó el santo Llibori, un poco nervioso-. Y ahora, ¡calla y no me vuelvas loco!
-          ¿Qué dices?
-          ¡Que te calles!
-          No, las tres de la madrugada parece demasiado pronto. ¡No vendrá ni un alma!
Cuando el santo Llibori estaba a punto de perder la paciencia, unos cuantos acordes del armonio se descolgaron del coro.
-          ¡Coño! Sólo faltaba éste. Escucha, Pere: ¿te importaría dejar la música para más tarde? Lo digo porque ahora hablamos de cosas muy serias y no estamos para conciertos.
Al oir las voces del santo Llibori, el espector de Pere Santacreu, sacristán juerguista y fantasma titular de la parroquia, retiró las manos del teclado y se quedó inmóvil, esperando el permiso para continuar el concierto cotidiano, que comenzaba siempre a las doce menos cuarto de la noche, excepto los jueves, día en que echaba la partida de ajedrez con el enterrador y cogía fiesta.
-          ¡Ay!, si no fuese porque Llibori asegura que los momentos son tan críticos, le diría a Pere que tocase El Danubio azul – suspiró una Santa Quiteria situada cerca de la puerta y que se pasaba las horas muertas mirándose en la pila del agua bendita-. ¡Me gusta tanto el vals!.
-          Esta Quiteria siempre ha sido una frívola –refunfuño la imagen de santa Polonia, de estilo gótico tardío, en la oreja del obispo
Godofrè, una talla trágica de escuela castellana, de mirada febril y miembros descarnados que se desangraba por las heridas del martirio-. ¡Ya le daría yo, ya! ¡Sí que tendría buen vals! ¡Cilicios y ayunos! ¡Porqué, créeme, Godofrè, eso del vals es un invento del demonio! El otro día, este Pere tocó uno y ¡aquello era una invitación a la concupiscencia, a la lubricidad y al libertinaje! Me cogió un cosquilleo en la espalda que, aunque cueste de creer, estuvo a punto de hacerme reir, y ya se sabe que la risa es una trampa de Satanás. Sólo te diré que para sacudirme las tentaciones tuve que flagelarme una semana seguida. Esto lo tenemos que atajar, Godofrè, si dejamos pasar el vals, después pedirán eso que llaman un charlestón, o una rumba, que todavía es peor, y al cabo de cuatro días esta iglesia parecerá un baile de botón gordo.
-          La juventud está perdida, Polonia –sentenció la voz estridente del obispo-. Y eso pasa porque hemos sido demasiado blandos; nos hemos dejado ir y el enemigo se aprovecha. Yo siempre lo he dicho: ¡demasiada libertad!
-          Ya lo puedes decir, ya –replicó la gótica-. El mal se infiltra por todos los sitios. ¡Sólo nos faltó la República! ¡Y si sólo fuese la política, vale! Pero, ¿recuerdas qué se descubrió, hace dos o tres años, que aquel angelito de un pueblo de una iglesia de por abajo, que tenía fama de encontrar novio a todas las solteras, era en realidad un Cupido romano?
-          Calla, Polonia, ¡no me lo recuerdes! ¡Qué escándalo! ¡Tener la competencia dentro de casa!
-          Pues, escucha: hace dos semanas, el párroco de un pueblo de la ribera del Cinca llevó a restaurar la imagen de la patrona y, ¿sabes qué descubrieron los restauradores?
-          ¡No me asustes, mujer! ¿Qué?
-          ¡Que se trataba de una estatua de mármol de Afrodita! ¿Sabes qué quiero decir, verdad? Aquella sinvergüenza de Grecia...
-          ¿Qué me dices?
-          Lo que oyes. ¡Y quién sabe los siglos que hacía que la bribona estaba allí, disfrazada de santa! Ahora se entiende lo que pasaba en aquel pueblo: las mujeres se pintaba, iban sin medias y escotadas; la gente acudía al baile cada domingo: todas las parejas hacía Pascuas antes de Ramos... ¡Una orgía!
-          ¡Qué caradura! Supongo que el cura habrá hecho romper a martillazos esa prostituta. Siempre he dicho que la depuración de los paganos no se hizo a conciencia y ahora nos tocan las consecuencias. Cuando recuerdo los tiempos de la Inquisición, me entra una nostalgia que no puedo aguantar ¡Entonces las cosas iban bien! ¿Recuerdas, Polonia, aquellos autos de fe, aquellos olores de hereje a la brasa, de infiel asado, de judío al horno? Y ahora, miras ¿y qué ves? Afroditas, repúblicas, elecciones, libertinajes... ¡Demasiada libertad, demasiada libertad! ¡No tenemos juicio! ¡Vamos hacia el desastre!
-          Ya lo puedes decir, Godofrè; tienes más razón que un santo.
-          Chicos –insistió el santo Llibori, enfadado-. Si no calláis, no haremos nada de nada. Esto parece una casa de locos.
-          ¡Venga chicos! –ayudó el santo Pasqual-. A ver si prestamos un poco de atención y no aprovechamos que Nuestro Señor y su madre están tomando las aguas en la Fontcalda para portarnos mal y montar bulla, ¡igual que los alumnos cuando no está el maestro!
-          Gracias, Pasqual, Bien, como decía antes, nuestra situación no puede ser más crítica.
-          ¡Qué bien habla! –suspiró la santa Quiteria, embobada-. ¡Parece un predicador!
-          ¡A callar! –ordenó el obispo, severamente.
-          Os he de comunicar, por encargo del señor párroco, que el ejército de África se ha rebelado contra el gobierno y que muchas guarniciones de la península se han sumado a la rebelión. Eso significa que el país está dividido, en estos momentos, en dos zonas: la que continúa fiel a esta odiosa República y la que dominan los nuestros, los militares rebeldes.
-          ¡Ya era hora! –exclamó el obispo-. ¡A ver si ahora volvemos a restaurar el orden y los valores morales!
-          ¡Muy bien!
-          ¡Y hacemos una buena limpieza!
-          ¡Y podemos salir en procesión otra vez!
-          ¡Fuera la República!
-          ¡Fuera, fuera!
-          Yo no gritaría tanto –sugirió el orador-, porque da la casualidad de que nosotros estamos en la zona republicana.
-          ¿Qué dices?
-          ¡Sí que la hemos hecho buena!
-          ¡Ay, señor! ¿Creéis que nos habrán oído?
-          Y eso significa –continuó el santo Llibori- que nos encontramos dentro de un avispero, rodeados de socialistas, comunistas, anarquistas, masones y toda clase de gentuza, que ahora se querrá vengar de nosotros.
-          ¡El mundo está lleno de desagradecidos!
-          ¡Nos rebelamos por su bien y nos lo pagan con coces!
-          Cría cuervos...
-          Me parece que estoy a punto de desmayarme –gimió la imagen de santa Quiteria.
-          Mira, nena, no montes ahora el número ¿vale? –dijo la santa Casilda-. Ya tendrás tiempo de hacerlo cuando nos quemen o nos arrojen al río.
-          ¡Señoritas –gruñó el obispo-, mantengan la dignidad! ¿Qué significa esto? Si hemos de ir a la hoguera, lo haremos con la cabeza bien alta. Señor Llibori, ¿dónde está el párroco?
-          Ha huído esta tarde disfrazado de campesina, con un pañuelo en la cabeza y un cesto lleno de berenjenas, para disimular.
-          ¡Mira qué bien! –exclamó, sarcástica, la santa Casilda-. ¡Y los demás que se arreglen!
-          No te metas con él, ¿eh? – replicó la santa Quiteria-. Todos sabemos que no te resultaba simpático, porque nunca te sacaba en las procesiones.
-          Quiteria, date cuenta de que...
-          ¡Señoritas, me obligarán ustedes a ponerlas de cara a la pared! –amenazó el obispo.
-          Ahora no es el momento de discutir ni de sacar los trapos sucios –intervino el santo Llibori-. Lo que hay que hacer es pensar la manera de aguantar hasta que lleguen los nuestros, teniendo en cuenta que no podemos esperar ayuda de nadie. Si alguien tiene alguna idea, que la diga, pero sin tardar.
-          Podríamos hacer un milagro –sugirió una voz desde el ábside.
-          ¡Claro! ¡Podríamos salir volando!
-          Propuesta rechazada –interrumpió el santo Llibori-. No tenemos tiempo. Todos sabéis los trámites que hay que seguir para obtener autorización para hacer un milagro: instancia, por triplicado, acompañada de un certificado del párroco asegurando que la persona que ha de recibir la gracia observa buena conducta religiosa, moral y sobre todo política; certificado de penales, informe favorable de la comisión técnica del departamento correspondiente, etc., etc. Y no os tengo que explicar cómo funciona la burocracia, ¿verdad? En fin, dos meses, ¡yendo bien! Eso si después no se mezclan los expedientes, como aquella vez que pedía permiso para curar un grano que le había salido al alcalde en el cogote y me llegó una autorización para enviar una plaga de langosta a los trigales de Rusia.
-          No pretenda desentrañar los designios secretos de la providencia, señor Llibori –le riñó el obispo Godofrè-. Si la cosa fue así, ¡algún motivo había!
-          ¡Muy bien dicho! –exclamó la gótica-. ¡Sólo faltaba que cualquiera se permitiese criticar las decisiones de la jerarquía!
-          ¡Callad! Parece que entra alguien.
Una de las puertas laterales, la del lado del evangelio, se había abierto con un chirrido y una mujer vestida de negro, con un pañuelo en la cabeza, se deslizó de pilastra en pilastra hasta el altar de San Antoni Abat; allí encendió un cirio que llevaba, lo metió en un candelabro de bronce a los pies de la imagen y, después de estarse un momento ante el altar, pero sin arrodillarse, se escabulló, ligera y silenciosa como un hurón.
-          ¿Quién era?
-          ¿Qué ha venido a hacer?
-          ¿Hay noticias?
-          ¡Hala, Toni, habla!
-          Era Caterina, la de la calle del Castell –dijo al final la imagen del santo Antoni.
-          ¿La bruja?
-          Si, señor, ella misma.
-          ¿Y qué quería, si se puede saber? –preguntó el santo Llibori, en medio del estallido de voces escandalizadas que provocó la revelación de la identidad de la visitante.
-          Proponerme un trato.
-          ¡Lo que nos faltaba!
-          ¡No queremos tratos con brujas!
-          ¡Hasta aquí podríamos llegar!
-          ¡Que la quemen!
-          ¡Ay, señor! –se quejó la santa Quiteria-. ¡No habléis de fuego, por favor, que se me pone la piel de gallina!
-          ¡Haced el favor de no alborotar y dejad que Toni se explique!
-          Es muy sencillo. La burra de casa Tomàs de Castelló se ha puesto enferma; como parecer ser que el veterinario se ha escabullido, lo mismo que el cura, y la pobre bestia está a punto de morirse, han avisado a Caterina, a ver si la cura con un encantamiento. Pero, no lo consigue. Sus especialidades son los filtros de amor, la quiromancia, el tarot francés y cosas por el estilo. De burras no sabe nada. Ha probado decirle la oración de las embarazadas, por hacer algo, pero la bestia no mejora. Y Caterina ha venido a proponerme que si yo, que soy el patrón de los animales le hago quedar bien curando a la burra, ella me hará un encantamiento que me volverá invulnerable al hierro, al agua y al fuego.
-          ¡Qué cara!
-          ¡Es una sinvergüenza!
-          ¡Una aliada del demonio!
-          Pero me ha dicho que si estoy de acuerdo, que no pierda el tiempo, porque sabe de buena tinta que no llegaremos a la madrugada.
-          ¡Que se muera la burra!
-          ¡Y Caterina!
-          ¡A la parrilla!
-          No os precipitéis –aconsejó una voz prudente-. ¿Creéis que no valdría la pena estudiar eso del encantamiento contra hierro, agua y fuego? Poniendo como condición que nos lo hiciese a todos, claro.
-          ¿Tratos con una bruja? ¡Ni hablar! –sentenció el obispo Godofrè.
-          Además, ¡ya hemos aclarado que no hay tiempo para milagros!
-          Entonces, ¿qué hacemos? ¿Esperar que nos quemen?
-          Escuchad –dijo el santo Llibori, después de aclararse la garganta con un par de toses-. Yo pienso que, de la manera en qué están las cosas, el único camino que nos queda, aunque nos resulte duro, es intentar la negociación con los republicanos. ¿Qué os parece? Después de todo, ¡la gente del pueblo nos conoce de toda la vida! Sin ir más lejos, Esteve, el líder de los anarquistas, fue monaguillo un puñado de años cuando era pequeño.
-          Este es el mal –filosofó santa Casilda- ¡Que nos tienen fichados! A pesar de todo, no tenemos ninguan opción más y el caso es ganar tiempo. Quizá mientras tanto lleguen los nuestros. Y después...
-          ¡Ay, después!
-          ¡Que se esperen!
-          Entonces, ¿qué hacemos? ¿Negociamos?
-          ¡Sí, sí!
-          Yo estoy de acuerdo.
-          Y yo.
-          ¡El caso es salvar la piel!
-          ¡Traidores! –gritó entonces el obispo-. Son ustedes unos traidores, unos cobardes y, lo que es peor, ¡unos renegados!
-          ¡Muy bien, Godofrè, así hablan los hombres! –animó la gótica-. ¡Cántales las cuarenta a esta cuadrilla de gallinas!
-          Sin embargo, no se saldrán con la suya –continuó el otro-. Aquí estamos esta señora y yo para evitarlo. ¿No les da vergüenza negociar con esa gentuza de izquierdas? ¡Prefiero más ir al río o a la hoguera que rebajarme así! ¡Antes tizón que colaboracionista! Pereceremos con honor. Y le recuerdo, señor Llibori, que el deán de esta parroquia soy yo y que nunca permitiré...
El estrépito de una vidriera al saltar hecha añicos, seguido inmediatamente del disparo de una escopeta, cortó la apasionada diatriba del obispo Godofrè.
-          ¡Hostia! –gritó alguien-. ¡Un poco más a la derecha y me afeita en seco!
-          ¿Quién ha sido ese blasfemo malhablado?
-          ¡El sacristán, señora Polonia, el sacristán! –acusó, con voz afeminada, el beato Eliseu, que era un pelotillero.
De fuera, entro un alboroto confuso que ahogó los improperios de la gótica.
-          ¡Me parece que ya vienen! –exclamó un santo Manuel. Ya he vuelto a dormirme –rezongó el sordo, en medio del zipizape-. Sin embargo, si no fuese porque he oído tocar a misa, diría que no es ni medianoche.
-          ¡Que nos coja confesados! –lloriqueaba santa Quiteria.
 No obstante pese al espanto de las imágenes, la agitación de las calles de la villa, en aquel momento no pasaba de un pasacalles un poco travieso y había sido un azar –llamadle, si queréis, anticlerical- el responsable de que el plomo del dispar hubiese acertado la vidriera de la iglesia. Por otro lado, convertir un grupo de gente juguetona en una turba revolucionaria, conlleva su tiempo y transcurrió más de media hora entre el lloriqueo de la santa Quiteria y el instante en que –exaltada por una arenga magistral de Pere Pei, sastre de oficio, en la que las consignas subversivas se mezclaban insidiosamente con alusiones malévolas a las ideas políticas del otro sastre del pueblo- la multitud decidió ir a por trabajo y se encaminó a la plaza de la iglesia. En aquella media hora, sin embargo, en el templo habían pasado muchas cosas; así que, cuando el tropel de gente entró y llegó junto a las pilas del agua bendita –en las que más de cuatro desmemoriados untaron los dedos y se santiguaron- todos se quedaron petrificados por la sorpresa. Todos los lampadarios, lamparillas, velas, linternas y cirios estaban encendidos y de la cúpula caía una lluvia de papelitos rojos, amarillos y morados, mientras la voz del santo Llibori resonaba como un trueno:
-          ¡Compañeros, después de siglos y siglos de opresión y oscurantismo, ha llegado la hora, tan esperada, de nuestra liberación! ¡Estos instantes gloriosos quedarán grabados para siempre en nuestros corazones! ¡Compañeros, saludemos a nuestros libertadores! Gritad conmigo: ¡Viva la República!
Y todas las imágenes, excepto el obispo Godofrè, la gótica, el beato Eliseu y el sordo, que alguien había encerrado después de amordazarlos en el armario de la sacristía, bajo un montón de casullas, albas y capas pluviales- contestaron, al tiempo que el espectro del sacristán juerguista comenzaba a tocar el himno de Riego.
-          ¡Viva!
FIN

martes, 29 de noviembre de 2011

NAVIDAD

El próximo miércoles 30 de noviembre y hasta Navidad, podemos dedicarlos a confeccionar adornos para el arbol y regalitos hechos a ganchillo. Todas las que os animeis, podeis traer hilos de colores del nº. 5 (no olvideis el blanco y el rojo, quedan geniales en el arbol) y ganchillos adecuados.
¡¡Hasta el miércoles!!!

Elena.






 




jueves, 24 de noviembre de 2011

MIERCOLES????.... A TEJER LECTURAS

Ayer miércoles como todos los miércoles a las 16:30, volvimos a reunirnos en la Biblioteca con nuestras lecturas en voz alta y nuestras labores, como siempre comenzamos la tarde leyendo, esta vez  a tres voces, un cuento de Roger Wolfe, titulado Oro. Seguimos con varias poesías y relatos cortos que pongo en el post de más abajo por si queréis volver a leerlos.

Quería dar la bienvenida a todas las nuevas asistentes, que son muchas y que ¡¡¡ya hacen todas ganchillo!!!! y muy bien, por cierto.

Para las personas que no habían tejido nunca esta labor, comenzamos aprendiendo los puntos básicos, pero en la segunda tarde de reunión, como son todas muy aplicadas, ya empezamos labores:

María, Conchi, Sole y Esther-2, se lanzaron con pañoletas de punto de loca y vaya sorpresa que a la semana siguiente de empezarlas algunas ya vinieron con ellas al cuello, les han quedado preciosas, con esos colores tan bonitos y con los flecos terminados con flores. Felicidades.

Otras más atrevidas, están tejiendo bolsos de lana (modelo Angelina Jolie) que encontramos en internet, hemos tenido que hacer algún retoque ya que el patrón era demasiado grande, pero Pilar ya lo ha terminado, además con un toque particular que le ha quedado muy bien, Angelines, Encarna y Merche están en ello, proyecto también de bolso de Juanita y Ester-2, esta semana tenemos nuevos modelos y Sole ha empezado uno de diseño propio que le está quedando genial.

Ester-1 está terminando un costurero muy original, Juanita ha comenzado un pañito para la mesa de sus hijos, Mª. Pilar hace una pañoleta de punto de cadeneta para el traje de fragatina, Ana y Asun siguen con sus cuadros para… un chal, o una falda, o un chaleco o tal vez un vestido????, veremos a ver….., Marga practica el punto tunecino, Teresa hace una bolsa para las baguettes de pan, Pili S. un chal para las noches frescas del próximo verano, lo mismo que María que lo ha bautizado como el “Chal de Salou”.

Bueno, hablar de las labores y no verlas…. Marina que esta vez vino con su cámara colgada al cuello y una bonita falda de flores de ganchillo va a dejar constancia de todo esto que he contado.

Nos vemos el próximo miércoles para leer y “ganchillear” un rato…. Que paséis buena semana.

Elena

LECTURAS

Aquí teneis una muestra de alguna de las lecturas, poco a poco iré colgandolas todas.


Toda una vida. Beatriz Pérez-Moreno
Lo vio pasar en un vagón de metro y supo que era
el hombre de su vida. Imaginó hablar, cenar, ir al cine, yacer, vivir con él. Dejó de interesarle.



Oro. Roger Wolfe
  LA mujer de Paco había ido a ver a una echadora de cartas y la  echadora se había puesto a trabajar con la baraja, con Paco en  mente, y habían salido oros por todas partes: buenas noticias,   trabajo, dinero, la hostia en verso, de camino hacia él. En cualquier caso, eso era lo que había dicho la echadora de cartas.
    Las perspectivas de Mariví, su mujer, no eran tan buenas.
 La echadora le dijo que encontraría trabajo, pero que lo suyo  iba a tardar un poco más.
    Paco y su mujer estaban ya en la cama, charlando un rato  antes de apagar la luz, cuando Mariví se lo contó.
   —Fui a ver a una mujer que echa las cartas.
   —¿Ah, sí? ¿Dónde?
   —En San Vicente.
   —¿Una gitana?
   —No. Una mujer rubia, gorda, de unos 150 kilos, que fuma  como una carretera. Se llama Rosa.
   —Una rosa de peso, ¿eh?
   —A ti te salieron oros por todas partes. Te echó las cartas y  salieron oros desde el principio hasta el final.
   —No me digas. Y supongo que eso es bueno, ¿no?
   —Muy bueno. Rosa me dijo que se te iban a presentar impresionantes oportunidades de progreso personal y profesional. Esas fueron sus palabras: «Impresionantes oportunidades de progreso personal y profesional». También me dijo que yo conseguiría trabajo, pero que tardaría un poco más.
  —Parece que hasta tiene vocabulario. ¿Se gana la vida echando cartas?
  —Bueno, no. En realidad es psicóloga.
  —¿Psicóloga? No creía que los psicólogos se dedicaran a ese tipo de rollos.
  —No son rollos. Rosa tiene una sensibilidad muy especial. Ya de cría, teníaexperiencias extrañas.
-¿La conocías, de cría?
-Sí. Vivía en el mismo barrio que yo. Me acuerdo que un
día volvió corriendo a casa diciendo que una niña, que era
amiga nuestra, se iba a morir. Decía que lo había «visto» ocurrir.
—¿Lo había soñado?
—No me acuerdo exactamente. Llegó a casa llorando como una Magdalena,  
   y le dijo a su madre que la niña se iba a morir.
Se llamaba Liliana, la niña, pero todos la llamábamos Lili. Le dijeron que se dejara de tonterías y la mandaron a la cama, y el caso es que no te lo vas a creer, pero...
—Lili se murió.                                      _
—Pues sí. Se murió. Le entró una leucemia unos meses después y se murió.
—La hostia. ¿Es verdad eso?
—Sí. Se murió.
—¿Y qué dijeron los padres? Los padres de Rosa, quiero decir.
—No se lo podían creer. Y ninguno de los otros niños quería ya saber nada de Rosa. La marginaron y empezaron a llamarla bruja. Entonces fue cuando empezó a engordar. Los crios del barrio la llamaban bruja, y gorda, y le tiraban palos y piedras, y empezaron a amenazarla con que iban a hacer una hoguera ya quemarla viva si se les volvía a acercar.
—¿Y tú? ¿Tú también?
—Bueno, no. Yo es que hasta entonces había sido su mejor amiga. Y no me gustaba nada lo que le estaban haciendo, pero al mismo tiempo estaba muerta de miedo. Tenía miedo de defenderla y de que los otros se volvieran contra mí, y miedo de hablar con ella, pero también le tenía miedo a ella.
Ya sabes en qué terribles situaciones-nos metemos de pequeños.
—Ya, ya lo sé. La infancia es una época espantosa, con todo lo que digan. Hasta para las videntes, supongo, O quizá especialmente para las videntes.
Paco giró la cabeza sonriendo, pero su mujer estaba muy lejos de allí. Tenía los ojos ausentes, perdidos en algún lejano laberinto de la infancia.
—¿Y al final qué pasó?
—¿Qué?
—Que qué pasó, al final.
—Bueno, al final la familia de Rosa se mudó. Se mudaron a San Vicente y no volví a ver a Rosa hasta muchos años después, en la universidad. Ella estudiaba psicología y yo estudiaba económicas, pero coincidíamos muchas veces, en el autobús, y por ahí. Y luego volvieron a pasar años y no la volví a ver hasta el otro día, que me encontré con una conocida en San Vicente y fuimos a verla. La chica esta, la que me encontré, también va a verla mucho, al parecer.
—Bueno, menos mal que salieron oros cuando me echó las
cartas. Con los antecedentes que tiene Rosa, como para que
ponga mala cara cuando te las eche. ¿Dónde trabaja? Como
psicóloga, digo. ¿Tiene su propia consulta?
—No se le ocurriría decírtelo si salen cosas malas. Por ejemplo, no se le pasaría ni por la cabeza decirte que te vas a morir.
No puede hacer eso. No estaría bien. Y además, ¿quién iría a visitarla? Rosa no trabaja de psicóloga. Está de cocinera en un restaurante, los fines de semana. Pero su marido tiene un puesto fijo en una empresa. De compra y venta de automóviles o algo así.
—Un vendedor de coches usados y una psicóloga vidente que trabaja de cocinera. Suena a extraña pareja.
—Pues a lo mejor a ellos les parecemos extraños tú y yo.
—¿Qué tienen de extraño un músico fracasado y una licenciada en paro? Los hay hasta debajo de las piedras.
Mariví torció la boca con un gesto de contrariedad.
—Pero ¿es que tienes que estar siempre recordándomelo?
Paco cometió el error de intentar sacarle un poco más de kilo-metraje al chiste fácil.
—¿El qué? ¿Que yo soy un músico fracasado, o que tú no tienes trabajo?
—No me vengas encima con cachondeos, que sabes muy
bien lo que quiero decir. Aprovechas cada oportunidad que se te presenta para volver a la carga con lo mismo. Que si no tengo trabajo, que si esto, que si lo otro, que si lo demás allá.
—Yo no...
—Ya sé que no tengo trabajo. Y bastante desgracia tengo
para que encima me lo estés machacando sin parar.
—No era...
—Y ya no se trata del dinero, de la famosa «cuestión alimenticia», como la llamas tú —Mariví dobló hacia arriba la cabeza cuando dijo eso, vocalizando con un énfasis que le dio de pronto un aire de estar haciendo gárgaras—..sino de que necesito trabajo, al margen de cualquier otra cosa.
—Yo soy el primero...
—Sí, bueno, claro... Déjalo, anda. Déjalo. Vamos a dejarlo porque siempre estamos con lo mismo.
—Mira, tienes toda la razón.
—Y ahora lo arreglas diciéndome, como siempre, que tengo toda la razón. Como a los locos, ¿no?
Paco se lo había dicho completamente en serio, pero la discusión parecía haber llegado al callejón sin salida habitual.
—Bueno, mira —le dijo a su mujer, sin saber muy bien si seguía hablando en serio o pretendía arreglar la situación con un nuevo ensayo de ironía—, con todo ese oro de Rosa igual acaba habiendo de sobra para los dos...
—Sí, ya..., estamos tú y yo guapos. Y además no se trata de
que haya o deje de haber, que también, sino sobre todo de que yo necesito un trabajo. Necesito trabajar. Y trabajar en lo mío, que para eso se supone que estudié. ¿O no?
—Ya lo sé...
El tono compungido de Paco, que ahora era tan genuino como su sinceridad cuando le había dado la razón a su mujer, no le sirvió de mucho. Mariví se dio la vuelta, hundió la cabeza en la almohada, se tapó hasta arriba y apagó la luz.
Paco se quedó sentado en la oscuridad durante un buenrato.
Le apetecía un cigarrillo, pero le daba pereza tener que le-vantarse y meterse en la salita a fumarse uno.
Se echó en la cama y se acurrucó junto al cuerpo aún rígidode enfado pero ya caliente de su mujer, y de pronto recordó que poco antes de acostarse había estado pensando en preguntarle a Mariví si quería echar un polvo.
Ah, bueno, pensó, mientras se hundía ya en el sueño, a lo mejor por la mañana se puede intentar.
Al fin y al cabo no había mejor manera de estrenar el día que con un casquete de los buenos. Un polvazo de esos fulgurantes que no te dejaban tiempo ni para hablar.______________________________________________________________--


    Mujeres de ojos grandes.
       Ángeles Mastreta

Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos esos cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto a ver en Puebla mujer más enamorada ni más solicitada que la siempre radiante tía Valeria.
Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantes que hasta en el modo de escoger las verduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.
Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, como quien termina de cumplir con un deber fascinante.
Alguna de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decían que lo adoraba aun cuando estaban más solas, cuando  conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.
Su marido era un hombre común y corriente, con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata certidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y sus ausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos.

Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada que se desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.
-¿Cómo le haces?- le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasión desenfrenada que los grandes hombres gastan en una sola tarea. Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomar clase de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorase con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.
-¿Cómo le hago para qué?- preguntó la apacible tía Valeria.
- Para no aburrirte nunca- dijo la prima Gertrudis, mientras ensartaba la aguja y emprendía el bordado de uno de los trescientos manteles de punto de cruz que les heredó a sus hijas-. A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias.
La tía Valeria se rió. Dicen que tenía una risa clara y desafiante con la que se ganaba muchas envidias.
-         Tengo uno cada noche- contestó, tras la risa.
-         Como si hubiera de dónde sacarlos- dijo la prima Gertrudis, siguiendo hipnotizada el ir y venir de su aguja.
-         Hay- contestó la tía Valeria cruzando las suaves manos sobre su regazo.
-         ¿En esta ciudad de cuatro gatos más vistos y apropiados?-dijo la prima Gertrudis haciendo un nudo.
-          En mi pura cabeza- afirmó la otra, echándola hacia atrás en ese gesto tan suyo que hasta entonces la prima descubrió como algo más que un hábito raro.
-         Nada más cierras los ojos- dijo, sin abrirlos- y haces de tu marido lo que más te apetezca: Pedro Armendáriz o Humphrey Bogart, Manolete o el gobernador, el marido de tu mejor amiga o el mejor amigo de tu marido, el marchante que vende las calabacitas o el millonario protector de un asilo de ancianos. A quién tú quieras, para quererlo de distinto modo. Y no te aburres nunca. El único riego es que la final se te noten las nubes en la cara. Pero eso es fácil evitarlo, porque las espantas con las manos y vuelves a besar a tu marido que segura te quiere como si fueras Nipón Sevilla o Greta Garbo, María Victoria o la adolescente que florece en la casa de junto. Besas a tu marido y te levantas al mercado o a dejar a los niños en el colegio. Besas a tu marido, te acurrucas contra su cuerpo en las noches de peligro, y de dejas soñar…
Dicen que así hizo siempre la tía Valeria y que por eso vivió a gusto muchos años. Lo cierto es que murió mientras dormía con la cabeza echada hacia atrás y un autógrafo e Agustín Lara debajo de la almohada.


Luís Alberto de Cuenca (Madrid1950-)

El desayuno

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno”


    Nos ocupamos del mar. Javier Krahe


Igual que en televisión interrumpen la emisión
para anunciar un brebaje o un masaje,
interrumpo mi canción y coloco aquí un mensaje.
Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis ojos en su costado.
No habrá parecido mal ya que no fue comercial
y es cosa que se agradece me parece,
en este mundo infernal
lo quien no compra perece.
También cuidamos la tierra
y también con el trabajo dividido
yo troncos, frutos y flores
ella riega lo escondido
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis manos en su costado.

jueves, 6 de octubre de 2011

HOLA A TODAS

Después de un verano seguramente demasiado corto, muy divertido, bastante aprovechado, eso sí muy caluroso, ya estamos otra vez con nuestras lecturas y nuestras labores.
Ayer se presentó el nuevo curso, era una simple presentación para contar las novedades, horarios, etc. pero todas vinieron preparadas e hicimos de todo, leer, ganchillear, preparar proyectos, enseñar labores terminadas, conocer a nuevas amigas, bien, lo que se dice una tarde aprovechada.

Este año tenemos bibliotecarias de lujo, Ana B. y Marga B. Primer día, primeras lecturas y lean, lo que decía: un lujo.



La tela de Penépole

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
Augusto Monterroso (Guatemala, 1921-2003)

Vaya con Penélope…… por eso no adelantaba las labores.… ja, ja, ja.



Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos esos cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto a ver en Puebla mujer más enamorada ni más solicitada que la siempre radiante tía Valeria.
Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantes que hasta en el modo de escoger las verduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.
Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, como quien termina de cumplir con un deber fascinante.
Alguna de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decían que lo adoraba aun cuando estaban más solas, cuando  conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.
Su marido era un hombre común y corriente, con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata certidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y sus ausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos.
Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada que se desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.
-¿Cómo le haces?- le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasión desenfrenada que los grandes hombres gastan en una sola tarea. Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomar clase de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorase con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.
-¿Cómo le hago para qué?- preguntó la apacible tía Valeria.
- Para no aburrirte nunca- dijo la prima Gertrudis, mientras ensartaba la aguja y emprendía el bordado de uno de los trescientos
manteles de punto de cruz que les heredó a sus hijas-. A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias.
La tía Valeria se rió. Dicen que tenía una risa clara y desafiante con la que se ganaba muchas envidias.
-         Tengo uno cada noche- contestó, tras la risa.
-         Como si hubiera de dónde sacarlos- dijo la prima Gertrudis, siguiendo hipnotizada el ir y venir de su aguja.
-         Hay- contestó la tía Valeria cruzando las suaves manos sobre su regazo.
-         ¿En esta ciudad de cuatro gatos más vistos y apropiados?-dijo la prima Gertrudis haciendo un nudo.
-          En mi pura cabeza- afirmó la otra, echándola hacia atrás en ese gesto tan suyo que hasta entonces la prima descubrió como algo más que un hábito raro.
-Nada más cierras los ojos- dijo, sin abrirlos- y haces de tu marido lo que más te apetezca: Pedro Armendáriz o Humphrey Bogart, Manolete o el gobernador, el marido de tu mejor amiga o el mejor amigo de tu marido, el marchante que vende las calabacitas o el millonario . protector de un asilo de ancianos. A quién tú quieras, para quererlo de distinto modo. Y no te aburres nunca. El único riego es que la final se te noten las nubes en la cara. Pero eso es fácil evitarlo, porque las espantas con las manos y vuelves a besar a tu marido que segura te quiere como si fueras Nipón Sevilla o Greta Garbo, María Victoria o la adolescente que florece en la casa de junto. Besas a tu marido y te levantas al mercado o a dejar a los niños en el colegio. Besas a tu marido, te acurrucas contra su cuerpo en las noches de peligro, y de dejas soñar…
Dicen que así hizo siempre la tía Valeria y que por eso vivió a gusto muchos años. Lo cierto es que murió mientras dormía con la cabeza echada hacia atrás y un autógrafo e Agustín Lara debajo de la almohada.

           Mujeres de ojos grandes

       Ángeles Mastreta


Amores prohibidos, amores que nunca se cumplieron….. leed el libro completo, os encantará.

La próxima reunión será el 19 de octubre a las 16:30, en la Biblioteca os esperamos a todas. Empezaremos los nuevos proyectos: bolso Angelina Jolie para Maribel y Mª. Pilar; bolsa de pan para Teresa, tunecino para Asun y Sole, pañito para Juanita, chaqueta para Marga.. etc.
Mientras tanto que paséis FELICES FIESTAS DEL PILAR¡¡¡¡¡

Elena.


martes, 19 de julio de 2011

A todas las que no habeis podido venir

A todas las que no habeis podido venir ultimamente, ya habreis visto las fotos de Marina que hay más abajo.
Gracias Marina, son unas fotos preciosas, creo que voy a tratar de imprimirlas para colgarlas en mi comedor...
¿A que da gusto ver a Ana, Pili, Juanita y Marga reir a carcajada limpia?
¿A que Rosana tiene unas piernas de envidia?
¿A que nadie pensaba que Juanita y Marga iba a tejer "pedazo labor "
¿Y las manos?. Son manos que lo saben hacer casi todo.
¿Y el sitio? Terraza de San Jorge, sombra, airecito, cañita, conversación, alguna lectura subida de tono....
¿A que os da envidia?
Pues ya sabeis a las que vinisteis y a las que no, os esperamos mañana miércoles como siempre a la 6.
Elena